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Dioniso, el Dios del Vino (página 2)



Partes: 1, 2

Luego, por orden de Zeus, Hermes transformó
temporalmente a Dioniso en un chivo y lo regaló a las
ninfas Macrís, Nisa, Erato, Bromia y Bacque, del monte
Nisa en el Helicón. Ellas cuidaron a Dioniso en una cueva,
lo mimaron y lo alimentaron con miel, servicio por
el cual Zeus colocó luego sus imágenes
entre las estrellas con los nombres de las Híades. Fue en
el Monte Nisa donde Dioniso inventó el vino por el que se
le celebra principalmente.

Cuando llegó a la edad viril, Hera lo
reconoció como hijo de Zeus, a pesar del afeminamiento a
que lo había reducido su educación, y lo
enloqueció. Fue a recorrer el mundo entero
acompañado por su preceptor Sileno y un ejército
salvaje de sátiros y ménades, cuyas armas eran el
báculo con hiedra enroscada y con una piña en la
punta, llamada thyrsus y espadas, serpientes y bramaderas que
infundían terror. Navegó rumbo a Egipto,
llevando consigo el vino, y en Faros el rey Proteo lo
recibió hospitalariamente.

Luego se dirigió hacia el este para ir a India.
Allí después de encontrar mucha resistencia en en
el camino, conquistó todo el país, al que
enseñó el arte de la
vinicultura, dotándolo además de leyes y fundando
grandes ciudades.

Luego Dioniso volvió a Europa
pasando por Frigia, donde su abuela Rea le purificó
de

los muchos asesinatos que había cometido durante
su locura y le inició en sus misterios. A
continuación invadió Tracia, luego de conquistarla,
Dioniso se dirigió a su muy a amada Beocia, donde
visitó Tebas e invitó a las mujeres a que tomaran
parte en sus orgías en el monte Citerón. Como a
Penteo, rey de Tebas, le desagradaba el aspecto disoluto de
Dioniso, lo arrestó, juntamente con todas sus
Ménades, pero enloqueció y en vez de encadenar a
Dioniso encadenó a un toro. Las Ménades volvieron a
escapar y se dirigieron furiosas a la montaña, donde
despedazaron a los terneros. Penteo trató de contenerlas,
pero inflamadas por el vino y el éxtasis religiosos le
arrancaron unos miembros tras otro. Su madre Agave
encabezó el tumulto y fue ella quien le arrancó la
cabeza.

En Orcómenos las tres hijas de Minia, llamadas
Alcítor, Leucipe y Arsipe, o Aristipe, o

Arsínoe, se negaron a participar en las
orgías, aunque les invitó personalmente Dioniso,
que se les apareció en la forma de una muchacha. Luego
cambió de forma y se transformó sucesivamente en
león, un toro, y una pantera, y las enloqueció.
Leucipe ofreció a su propio hijo Hipaso como sacrificio-
había sido elegido echando suertes- y las tres hermanas,
después de despedazarlo y devorarlo, recorrieron
frenéticamente las montañas, hasta que por fin
Hermes las transformó en aves, si bien
algunos dicen que Dioniso las transformó en
murciélagos. En Orcómenos se expía
anualmente el asesinato de Hipaso en una fiesta llamada Agrionia
("provocación al salvajismo") en la que las mujeres
devotas simulan que buscaban a Dioniso y luego, conviniendo en
que debe estas ausente con las Musas, se sientan en
círculo y proponen adivinanzas, hasta que el sacerdote de
Dioniso sale corriendo de su templocon una espada y mata a la
primera que alcanza.

Cuando toda Beocia hubo reconocido la divinidad de
Dionisio, éste recorrió las islas del

Egeo difundiendo la alegría y el terror
dondequiera que iba. Al llegar a Icaria descubrió que su
barco era innavegable y alquiló otro a ciertos marineros
tirrenos que simulaban dirigirse a Naxos. Resultó que eran
piratas y, sin darse cuenta de que llevaban a un dios, se
dirigieron al Asdia, con el propósito de venderlo
allí como esclavo. Dioniso hizo que brotara de la cubierta
una vid que envolvió al mástil, mientras la hiedra
se enroscaba en los aparejos; también transformó
los remos en serpientes y él mismo se transformó en
león, y llenó el barco con animales
fantásticos y sonidos de flautas, de modo que los piratas
aterrorizados se arrojaron por la borda y se convirtieron en
delfines.

Fue en Naxos donde Dioniso encontró a la bella
Ariadna, a quien había abandonado Teseo, y se casó
con ella inmediatamente. Ariadna tuvo con él a
Enopión, Latramis, Evantes y Taurópolo. Más
tarde Dioniso puso su diadema nupcial entre las
estrellas.

De Naxos fue a Argos y castigó a Perseo, quien al
principio le resistió y mató a muchos de sus
seguidores, enloqueciendo a las mujeres argivas, que comenzaron a
devorar crudos a sus hijos. Perseo se apresuró a confesar
su error y aplacó a Dioniso construyendo un templo en su
honor.

Finalmente, después de establecer su culto en
todo el mundo, Dioniso subió al Cielo y ahora se siente a
la derecha de Zeus como uno de los Doce Grandes. La modesta diosa
Hestia, renunció a su asiento en la alta mesa en su favor,
feliz de tener una excusa para eludir las reyertas por celos de
su familia y
sabiendo que siempre podía contar con una acogida
tranquila en cualquier ciudad griega le apeteciese visitar. Luego
Dioniso descendió por Lerna al Tártaro, donde
sobornó a Perséfone con el regalo de un mirto para
que dejase en libertad a su
madre difunta, Sémele, quien ascendió con él
al templo de Artemis en Trecen; pero, para que las otras
ánimas no se sintiesen celosas y agraviadas, le
cambió el nombre y la presentó a los otros
olímpicos como Tione. Zeus puso un aposento a su
disposición y Hera guardó un silencio airado, pero
resignado.

El Rito
Dionisíaco

Es un rito religioso mistérico, es decir que
presenta misterios que no se plantea la explicación del
mismo. Las razones para esta negativa a explicar los detalles de
la religión
pueden ser variadas. Desde razones de defensa de la propia
comunidad ante
represalias de colectivos mayoritarios, protección de
intereses personales, la vivencia de pertenecer a una sociedad
exclusiva, o simplemente la imposibilidad de explicar
racionalmente esos datos
relacionados con la religión.

Dioniso promete a sus fieles, recuperar la unidad
perdida, la unidad primordial previo a la heterogeneidad; en un
marco de Orgía que significa fiesta ritual. Promete un
encuentro con la divinidad, un retorno a la divinidad, desdibujar
las fronteras, anular los límites;
establecer la unidad de esta dualidad de planos.

Su descuartizamiento significaba la
fragmentación de la unidad primordial y su

conversión en una red de particularidades.
Permanecer en la multiplicidad sin reintegrarse a lo uno es
equivalente simbólico de la muerte.
Pero luego de morir, luego de convertirse en el tejido de lo
fragmentario e individual, Dioniso renace. El dios es de nuevo
una totalidad placentera que contiene lo diverso. Era entonces el
victorioso dios renacido. Unidad que renace.
Reconciliación de la parte con el todo. Las gemas antes
particulares y solitarias se reintegran a un collar
único.

Lo dionisíaco puede brillar entonces en cada
cosa, en cada particularidad, en cada máscara de lo
múltiple.

El ritual dionisíaco, la orgía,
consiste en una danza
frenética en el monte, la oreibasía: "pronto
la comarca entera danzará, cuando Bromio conduzca sus
cortejos al monte" (Bacantes 114-116), seguida del
descuartizamiento de un animal (el sparagmós) y la
ingestión de su carne cruda (la omophagía):
"¡Qué gozo en las montañas, cuando en medio
del cortejo lanzado a la carrera se arroja al suelo (Dioniso),
con su sacro hábito de piel de corzo,
buscando la sangre del
cabrito inmolado, delicia de la carne cruda, mientras va
impetuoso por montes frigios, lidios!"

(Bacantes, 135-139)

El culto a Dioniso se extendió por toda Grecia y en
algunos lugares tenía la misma importante que Zeus, a
menudo lo acompañaba una hueste de dioses
fantásticos que incluía a Sátiros, Centauros
y Ménades. Los sátiros eran criaturas con piernas
de cabra y la parte superior del cuerpo era simiesca (simio) o
humana. Los centauros tenían la cabeza y el torso de
hombre y el
resto del cuerpo de caballo; las Ménades son seres
femeninos divinos estrechamente relacionados con el dios, las
primeras ménades fueron las ninfas que se encargaron de su
crianza, y que posteriormente fueron poseídas por
él, quien les inspiró una locura mística. En
este sentido se contrapone a las Bacantes o Basárides,
mujeres mortales que emulan a las ménades, que se dedican
al culto orgiástico de Dioniso. Las hermosas y
encantadoras ninfas frecuentaban bosques y selvas.

Dioniso
dios del vino y la vegetación

Volviendo al relato: La leyenda cuenta que Zeus
tomó al infante Dioniso y lo puso bajo la tutela de las
ninfas de la lluvia de Nisa, que le criaron en su infancia y
niñez. Cuando Dioniso creció, descubrió la
cultura del
vino y la forma de extraer su precioso jugo; y luego las
propiedades de su zumo fermentado.

Pero Hera hizo que se volviese loco y le empujó a
vagar por diversas partes de la
tierra.

Pero a la Manía enviada por Hera, Dioniso
responde con la locura báquica que alterna con el vino
puro.

En Frigia la diosa Cibeles, más conocida por los
griegos como Rea, le curó y le enseñó sus
ritos religiosos, y así emprendió su recorrido por
Asia
enseñando a la gente el cultivo del vino.

Dios del vino: Como símbolo de su divinidad
empuñaba el tirso, cetro cubierto de hojas de
hiedra o vid.

Las tradiciones respecto de la vid, la primera planta
descubierta, dicen de su origen sobrenatural, borrado en el
relato de Icarios que privilegia la violencia
sobrehumana del brebaje extraído del racimo. Un
día, de lo alto del cielo, llovió sobre la tierra una
gota de sangre de los dioses. En medio de las florestas
germinó un arbusto de tallos sarmentosos con zarcillosos y
pámpanos (sarmiento). Una viña salvaje, que
crecía por si mismo, enrollándose alrededor de los
árboles
en alturas naturales. Hasta el momento en que Dioniso, errante
por el mundo, la encuentra y reconoce en ella el racimo hinchado
por un jugo rojo oscuro, anunciado por los oráculos de
Rea, como comenta Marcel Detienne (Dioniso a Cielo Abierto, Edit.
Gedisa, pag. 71).

Por una parte el vino representa o es paradigma de
la excitación. Es hijo de una "madre salvaje",
según Esquilo. Su naturaleza se
entronca con el fuego. Lo mismo que Dioniso, su dios creador.
Según Nono, cuando Dioniso fue arrebatado del vientre
incendiado de Sémele, las primeras nodrizas del feto salvado
fueron las llamas de la tormenta ígnea que desató
Zeus. Por eso el poeta lo llama "hijo del fuego", "el
ígneo". Arquíloco, al entonar su canto a Dioniso,
dice que éste es "tocado por el rayo del vino". Los
suelos afiebrados
por la presencia de volcanes activos generan
las mejores cepas; lo cual explica las prohibiciones para el
consumo de
vino por los adolescentes,
porque esto sería como verter fuego al fuego (Esteban
Ierardo, La mitología, el arte, la filosofía y
la dimensión simbólica de la
naturaleza).

Al vino se le atribuye en el marco del culto dionisiaco
la propiedad el
exaltar y embriagar. Esto se observa en la fiesta de su
epifanía, en que gracias a un prodigio manaba el vino.
Junto con la música y la danza
provocaban una profunda excitación con que se anuncia la
demencia, la locura. En la vid crece la locura de Dioniso y se
contagia a todos los que gozan de sus milagrosos jugos. Por eso
es el símbolo más insigne del dios, el mejor
garante de su presencia.

La música, la danza, la adivinación y el
jugo embriagador son perfecciones que emanan cual
magníficos prodigios de la demencia dionisiaca, al igual
que las maravillas del mundo renovado (Walter Otto, Dioniso,
Mito y
culto).

Hasta aquí, Dioniso y el vino
representaría la hybris (exceso, desmesura,
desconocimiento del límite) el dios que lleva al hombre a
la locura, el dios del delirio.

Pero por otra parte, sin embargo, desde que abandona el
dominio tebano
para penetrar en el territorio del Ática, este tipo de
epifanía parece desaparecer y desvanecerse. Cede el lugar
a otra serie de apariciones donde cambian tanto la
decoración como las maneras de Dioniso (Marcel Detienne,
Dioniso a cielo abierto, pág. 61).

Con la intención de darse a conocer, tras una
largo camino de propagación del culto por Arabia y toda
Asia, llegará por fin a Grecia: "he llegado en primer
lugar a esta ciudad de los griegos, tras de haber levado
allí (Lidia, Frigia, Arabia y Asia) también mis
coros y fundado mis ritos, a fin de ser un dios patente a los
mortales. A Tebas, la primera en esta tierra helénica la
he alzado con mi grito …" (Bacantes, 20-25)

El Dioniso caminante en Ática se presenta bajo
una mascara completamente distinta: es un dios discreto,
paciente, una potencia
benévola y generosa; en las antípodas de su de personaje Tebano.
Aquí es Tiresias el único profeta que lo reconoce y
frente a Penteo que no lo reconoce y se prepara para maltratarlo;
el adivino enuncia la verdad teológica: "Hay dos principios
fundamentales para los hombres. En primer lugar la diosa
Deméter o la tierra, cualquiera sea el nombre que se le
dé. Ella es la nodriza, la potencia de los alimentos
sólidos para los mortales. Viene a continuación
pero con igual poder, el hijo
de Semele, que invento e introdujo entre los hombres el alimento
líquido, la bebida obtenida del racimo: ella apacigua las
angustias de los pobres humanos cuando se llenan la garganta con
el licor de la vid; les proporciona el don del sueño, del
olvido de los males cotidianos, y no hay otro remedio para sus
penas. Lo vierte como libación para los otros dioses,
él un dios, y los hombres le deben el bien que les
toca".

Comenta Detienne; el periplo de Dioniso en el
Ática termina con una recepción oficial: en la mesa
del rey Anfictión y con los dioses de la ciudad. La
entrada de Dioniso se hace por la puerta del Dipilón donde
se abre la vía de las grandes procesiones, de los cortejos
festivos cuando la ciudad entera se da el espectáculo de
si misma.

Un Dioniso glorioso rematando su obra, la comenzó
en Icarión el día en que dejó tras de
sí la primera planta de vid. El Dioniso sentado a la mesa
con Anfictión confía al rey hospitalario lo que no
había indicado al anfictrión reinante en los
vergeles: el arte de beber el vino, de gustar la bebida nueva
revelada a la humanidad. Por que, evidentemente los
acontecimientos de Icarión lo prueban, no se accede al
vino sin precauciones.

Entre los relatos acerca del cultivo de la vid, se
realiza un recorrido entre lo salvaje y lo cultivado. Dioniso es
el dios de la vid cultivada, que recorta la parte salvaje,
suprimiendo las partes irregulares, hábil para hacer pasar
a las plantas del
estado salvaje
al estado de cultivado.

Nacido de una madre salvaje, el vino es una sustancia en
la que se mezclan la muerte y la
vida consideradamente aumentada, donde se intercambian el fuego
ardiente y la humedad que apaga la sed. Es un remedio tanto como
un veneno, una droga por la
cual se sobrepasa lo humano o se vira hacia la brutalidad,
descubre el éxtasis o hunde en la bestialidad.

El vino puro es compañero de Dioniso. El vino
puro con rostro de delirio, como signo del poder.

A Dioniso le corresponde el derecho real de civilizar el
vino, de amansar la mascara de Akratos. He aquí a Dioniso
como dios civilizador. Anfictión le eleva un altar en el
santuario de las estaciones. Este nuevo dios es allí
venerado bajo el nombre de Derecho; un Dioniso de la vertical
pero también de la corrección, de la
rectitud.

De la extrañeza al dios civilizador; de Icarios a
Anfictión; de la barbarie a la cultura; de lo otro a lo
mismo; de la hybris a la sophrosyne; del dios terrible al dios
benévolo. El nuevo Dioniso Griego remplaza al viejo
Dioniso Tebano.

Comentario de un experto ateniense en la materia:
"Sólo bebiendo el vino bien mezclado los hombres cesan de
mantenerse encorvados como los obliga el vino" (Marcel Detienne;
Dioniso a cielo abierto).

Por los trabajos de un médico del siglo IV AC.,
Mnesiteo, tenemos conocimiento
de un oráculo de Pitia que aconseja a algunos (a los
atenienses seguramente) llamar a Dioniso dispensador de salud.

Con diploma de medicina,
modelo de
legitimidad y rectitud, el Dioniso ateniense se instala en los
barrios distinguidos con la reputación de un dios prudente
que preside la economía de las
necesidades y placeres. Su irresistible ascenso lo conduce desde
los alrededores del Atica hasta la cumbre de la jerarquía
político – religiosa.

Desde el punto de vista de los honores, el Dioniso
ateniense no tiene nada que envidiar a su homologo que reina
Cadmea. Pero ofrece en su recorrido ático de dios
epidémico (calamitoso) el espectáculo
inédito de una potencia de la vid y del vino puro que se
despoja progresivamente de su salvajismo, olvidando sus
cóleras y haciendo callar sus violencias homicidas. Hasta
metamorfosearse, (él, el inventor de la bebida fermentada)
en un santo protector de la vida tranquila, de la buena salud y
de la felicidad conyugal.

La
manifestación de Dioniso en la naturaleza vegetativa: La
Hiedra

Junto a la vid, la hiedra es la planta predilecta de
Dioniso. Como a Apolo el laurel, la hiedra adorna y caracteriza a
Dioniso. Por ello se portaba la corona de hiedra en los ritos
consagrados a Dioniso.

El mito cuenta que la hiedra apareció
precisamente al nacer Dioniso para proteger al niño de las
llamas fulgentes en las que se consumió su
madre.

La vid y la hiedra son hermanas que se han desarrollados
en direcciones opuestas y que sin embargo, no pueden negar su
parentesco.

Estas dos plantas consagradas a Dioniso se enfrentan en
un contraste muy elocuente. La vid ebria de luz es hija del
calor y da luz
al ígneo torrente que inflama el cuerpo y el alma. La
hiedra parece ser de naturaleza fresca, e incluso la esterilidad
y la falta de utilidad de sus
ramas umbrías hacen pensar en la noche y la
muerte.

La fuerza
excitante de la vid se transfiera a la hiedra, la otra planta
creada por Dioniso. Así se lo llamaba "el adornado de
hiedra". En los ritos encomendados al dios se llevaba la corona
de hiedra.

El crecimiento de la hiedra es muy especial. En primer
lugar surgen los tallos sombríos, las manos trepadoras con
sus hojas lobuladas. Después aparecen las rectas hojas. A
diferencia de la vid, la hiedra puede sobrevivir y fructificar en
invierno. Su necesidad de luz y calor es mínima, y puede
destilar verdor aun entre la fría sombra invernal. Entre
la hojarasca del bosque la hiedra se deslizan por el suelo y sus
dentadas hojas se enrollan con brío por el tronco de los
árboles. Al abrazarse y enredarse al grosor de la madera la
hiedra se asemeja a la serpiente, a los finos reptiles que
deambulan entre los brazos de las furiosas ménades o entre
las cabelleras de las Erinias. El poeta Nono recuerda que, una
vez, las ménades arrojaron contra unos árboles unas
serpientes que se convirtieron en hiedra.

La vid exuda ebria luz, sustancia ígnea que
acalora, abrasa. La hiedra, en cambio, es
sereno crecimiento y expansión en lo oscuridad del
invierno. Es comprensible así que su naturaleza
fría haya protegido a Dioniso del fuego de su padre
olímpico.

La hiedra aplaca los excesos del vino. Con coronas de
hiedra se ceñían las cabezas de los
dionisíacos en sus fiestas.

La relación vegetal vid-hiedra se vincula con la
condición dúplice de Dioniso. La exaltación
fogosa, la ostensible luz, plenitud y triunfo vital (la uva, la
vid), y la procesión dentro de la sombra y la oscuridad de
la muerte (la hiedra). Pero la muerte en el pensamiento
mítico nunca es mortalidad definitiva (Esteban Ierardo, La
mitología, el arte, la filosofía y la
dimensión simbólica de la naturaleza.).

Acaso el serpentear expansivo de la hiedra entre la
escarcha invernal, entre el invierno, lugar simbólico de
la muerte, es preludio del futuro renacimiento
primaveral de la vida.

Otros vegetales de la naturaleza que son apreciados por
Dióniso son el pino, la higuera y el mirto. Este
último es citado en Las Nubes de Aristófanes como
una de las plantas preferidas por el dios.

En las noches, cuando resuenan las flautas rituales del
dios, su madera de pino arde como una antorcha. En el extremo del
tirso de las ménades refulgía su piña. Lo
mismo que la hiedra o la vid, el pino entrega sus mejores frutos
en regiones acaloradas por el fuego de los volcanes. Dioniso era,
asimismo, la higuera; árbol asociado con la vida sexual.
Su fruto rojizo, su condición jugosa, la vinculaba con los
dulces placeres de la carne. Con la madera de la higuera se
tallaban falos.

CONCLUSIÓN

Divinidad afeminada, voluptuosa y licenciosa, oculta al
verdadero dios.

La ambición religiosa del ritual
dionisíaco no es original ni única. Es deseo
universal el intento de disolver la angustia del yo en una
totalidad sagrada que entrega el sentido a todos los
sentidos.

En la cumbre de la danza extática, junto con la
música y la danza provoca una profunda excitación
con que se anuncia la demencia, el sujeto olvida su cuerpo y su
yo. Siente entonces el alma vigorizada por una sensación
de existencia independiente de lo corpóreo.

El alma, que se exalta y funde con el dios en el tumulto
del entusiasmo religioso, sospecha una vida libre del cuerpo
mortal.

La inmortalidad nacida del horizonte dionisíaco
habla de la confianza en el triunfo de la vida sobre la
mortalidad. Pero la vida se hace inmortal sólo si conoce y
supera la muerte. Y Dioniso es el dios de la experiencia de la
vida y de la muerte. Nace, muere y renace. Es la divinidad cuya
totalidad es a su vez dualidad pues, en su frente, se hunde el
signo de lo vivo y lo muerto, del placer y el dolor. Y Dioniso
convierte al cuerpo en territorio de instintos encendidos;
transforma a la materia en espacio de tensiones, vibraciones
creadoras. Fuerzas.

Para los griegos, lo dionisiaco era entonces
éxtasis, comunicación con las profundidades, pero de
manera especial una comunicación con lo vivo, con la gran
fuente de lo vivo.

En la fiesta ateniense de las Antesterias se consumaba
la ceremonia de la mezcla de los vinos. El vino es sustancia del
dios embriagante, signo material de su poder. Beber el vino
dispensado por la divinidad era una forma de reintegración
con Él.

Dioniso trae la muerte y la vida, el dolor y el placer,
hybris y sophrosyne, todo esto se entrelazan permanentemente en
el festín dionisiaco.

El dios civilizador es una aparición
tardía; solo aparece luego de la violencia más
cruel, para demostrar que su epifanía reconoce, como
primera marca, la
crueldad de quien ostenta el poder de la ambigüedad
(María Cecilia Colombani; La antesala del placer: Dioniso
y la Terrible iniciación del alimento líquido;
Ponencia).

En este nuevo Dioniso se han desplazado sus marcas
identitarias: de la barbarie a la cultura, de la crueldad a la
benevolencia, de la otredad a la mismidad, de la periferia al
centro de la ciudad que sabe cobijarlo.

Por otra parte tenemos que decir que la antesala del
placer fue dura. Dos fundamentalmente, de idéntico gozo:
la entrega del vino y los placeres que el mismo reporta y este
abrazo triunfal en las fiestas cívicas, en el corazón de
Grecia, y el
conocimiento de que, luego de tanto dolor, Dioniso se ha
vuelto más familiar, menos extraño, más
cercano, menos extranjero.

Talvez tenga que ver con un cambio político
– religioso; de un giro de la sociedad ateniense, de quitar
todo aquello que es del orden salvaje, de podar todo aquello que
es escabroso, suprimiendo las partes irregulares, volver al
orden, a lo civilizado, a lo mismo, a la sophrosyne .

Con respecto al Dioniso como dios de la naturaleza,
tenemos que decir: que es un dios del éxtasis y la
metamorfosis se manifiesta en la naturaleza vegetal. Pero
Dioniso no se expresa únicamente en la salud de plantas y
árboles. Su presencia se evidencia "en un elemento vital
misteriosamente excitado". Lo dionisíaco no se revela en
el mero hecho de la existencia física del mundo
vegetal. Dioniso se expresa como fuerza que transmite
excitación. Expansión vital.

Efervescencia capaz de excitar y estimular el
crecimiento lozano de las plantas. El reino vegetal de Dioniso no
es la naturaleza de la visible exuberancia. Este es el mundo de
Artemis y Cibeles. Dioniso es la fuerza invisible que custodia el
proceso de
crecimiento de lo vivo.

El poder estimulador del crecimiento dimanado por el
dios le hizo a Plutarco asegurar que "el pleno de bendiciones
Dioniso es el que hace madurar a los árboles sagrados con
el brillo de la madurez". Así Dioniso es venerado en casi
toda Grecia como "dios de los árboles". Dioniso es
potencia metamórfica de la naturaleza. Es invisible
expectador del crecimiento que se expresa en la vid, la hiedra,
el pino, la higuera, el mirto.

Bibliografía

  • Marcel Detienne; Dioniso a cielo abierto; Edit.
    Gedisa S. A. Barcelona España.
  • Walter F. Otto; Dioniso Mito y Culto; Edit.
    Ciruela; Madrid.
  • Esteban Ierardo; La mitología, el arte, la
    filosofía y la dimensión simbólica de la
    naturaleza; Temakel; Textos sobre filósofos y filosofías. http://www.temakel.com/secctextosdefilosofias.htm
  • Robert Graves, Los mitos
    griegos, Ed. Alianza, pp.125
  • Eurípides; Las Bacantes; Ed.
    Clásicas. Madrid
  • María Cecilia Colombani. Extrañeza,
    alteridad y horror en el fenómeno dionisiaco.
    Tensión entre lo oficial y lo no oficial. Universidad de Morón
  • Enciclopedia Encarta 2004
  • Hesíodo; Teogonía; Planeta Libro;
    Biblioteca
    Virtual
    http://www.planetalibro.com.ar/ebooks/eam/ebook_view.php?ebooks_books_id=132
  • Enciclopedia Wikipedia
  • María Cecilia Colombani; La antesala del
    placer: Dioniso y la Terrible iniciación del alimento
    líquido; Ponencia; Universidad Nacional de Mar del
    Plata.

 

 

 

Autor:

Ramón Clemente Saracho

Ramón Clemente Saracho, profesor de
Filosofía. Actualmente haciendo una Licenciatura en la
Universidad de Morón.

Expositor en la "Cuarta Jornada sobre Cultura
Clásica. Filosofía – Literatura – Historia – Arte Griego
Romano" (I.S.F.D. Ricardo Rojas; Moreno Buenos
Aires).

Nacido en Posadas Misiones; el 30 de Mayo de 1963;
estudios en el Instituto Superior "Ruiz de Montoya" (Posadas
Misiones) y en el Instituto superior "Ricardo Rojas" (Moreno
Pcia. de Buenos Aires).

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